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Crónicas de la Nada

El jabón

El jabón

Observaba Adán a Eva y a las hijas de Eva.

Eran tiernas, delicadas, frágiles cuando querían serlo. Pero a veces mostraban una fortaleza que ni él se sentía capaz de tener.

Eran muy distintas a él y sus hijos. Los muchachos eran toscos, agresivos a ultranza, arriesgados por deporte.

Vivían con raspones en rodillas y codos y más de uno llevaba en la frente la marca que dejan las caídas de los árboles, o el rodar por las pendientes de las montañas.

Además, las hijas de Eva eran cariñosas y solícitas con él. Al llegar a casa, siempre lo recibían con mimos y caricias. Le gustaba como lo rodeaban y lo hacían sentir el mejor de los papás.

Que no era muy difícil en ese entonces.

Siempre estaban pendientes de lo que necesitará, de que su café estuviera caliente, de que la comida no estuviera salada, de que hallará limpio su rincón, que estuviera contento.

Tan bien lo trabajan sus hijas, que a veces sentía que Eva tenía celos.

Los muchachos, en cambio, eran distintos. Apenas un hola pasajero, y era bastante.

-          Muy distintos unos a otros – le comentó un día al Señor- no sé como pueden estar destinados hombres y mujeres a vivir juntos, y a atarse uno a otro por su misma voluntad.

Pensaba Adán también en lo voluble del carácter de sus hijas, y en lo enigmático de su pensamiento.

-          Vivirán bien – le dijo el señor-, y se buscarán siempre.

-          Pero son como el agua y el aceite,  y esos nunca se mezclan.

-          Adán –le respondió con paciencia el Señor- si le pones jabón, el  agua y el aceite sí se combinan.

Entonces entendió Adán que ese jabón es el amor. Y que por eso es tan resabaladizo y a veces tan frágil como una pompa de jabón.

 

Mayo 17 de 2009

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