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Crónicas de la Nada

Reflexiones al volante

Reflexiones al volante

Estoy inmerso en un mar de autos. O mejor dicho, en un río de coches, porque aunque no lo parezca va circulando, muy suavemente, como los ríos navegables, que en su superficie se ven mansos, pero que en la intimidad de sus aguas tienen un flujo imparable de vida.

Así es este río que corre sobre una de las principales avenidas de mi ciudad. Por fuera poco se mueve, pero en el interior de cada auto se da una maraña de emociones y sentimientos suficientes para crear un drama. O una tragedia.

En mi entorno viajo sólo con mis recuerdos que van fluyendo conforme avanzan los metros.

Son recuerdos del día, pero aparecen algunos del futuro inmediato. Son los que voy planeando para las horas siguientes, y que quizá sean muy iguales a los de todos los días.

El coche avanza lento. Un leve cosquilleo en las piernas me indica que la paciencia está en su limite.

No queda otra que pensar, y en pausas, porque el tráfico exige la atención de todos mis sentidos. Las manos al volante, listo el tacto a cualquier movimiento inesperado.

La vista siempre atenta al vehículo que viaja adelante, para evitar el choque si frena de repente. Mis oídos van atentos a cualquier ruido que signifique un rechinar de llantas, un claxonazo de otro más impaciente, o la llamada desesperada del ulular de una ambulancia.

El gusto va tomando un mal sabor de boca por el hambre que apareció hace un par de horas y se intensifica en la soledad del coche y en la espera que se alarga.

Y el olfato insiste en que esto huele mal, porque ya llevamos una hora y seguimos montados en el cabalgar del tiempo, que esta vez avanza más rápido que los coches.

 

 

Noviembre 19 de 2009

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