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Crónicas de la Nada

Los cigarros de la Abuela

Los cigarros de la Abuela

No lo vi, pero se lo escuché alguna vez. Que la abuela comenzó a fumar muy pequeña, siendo niña.

Siempre fue pequeña, aunque cuando apareció nuestra adolescencia vimos como inexplicablemente iba reduciéndose su estatura. O eso creíamos. La verdad es que crecíamos y la abuela, como era bajita, y ya sumaba entonces muchos centímetros que le había quitado la edad, terminó por ser el primer adulto que rebasamos todos en estatura.

Yo no la vi fumar, pero la familia lo confirma. Alguna tarde de hastío, cuando platicaba con ella, mientras descansaba en su silla de mimbre, me contó que tendría seis u ocho años cuando comenzó a fumar. Contaba que el bisabuelo, su padre, se dedicaba a forjar tabaco, y les enseñó desde siempre a conocer el tabaco bueno y distinguir el de baja calidad. Cuestión de negocios.

Por eso la abuela aprendió a fumar, siempre cigarro de hoja.

Ya tenía ochenta años cuando lo dejó, y todavía tuvo tiempo y salud para vivir otros veinte.

Murií un día de la Candelaria, de simple vejez, porque ni un médico le conoció nunca enfermedad alguna, como no fuera alguna gripe o resfriado que en nada minaba la fortaleza que le sacaba de la cama con los primros rayos del sol y que le permitió siempre ayudar en los deberes de la casa y ser autosuficiente.

Sería que en ese tiempo el cigarro no dañaba, sería que sabía disfrutarlo sin perder el equilibrio de las cosas, o sería que su fortaleza era a prueba de todo.

No sé, pero espero poder preguntárselo un día, cuando la alcance en el lugar donde ahora vive.

Que confío sea en cien años, por lo menos,

 

Noviembre 17 de 2009

 

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