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Crónicas de la Nada

La visita

La visita

Como novio enamorado, José compró un ramo de flores para llevarle a su amada.

Ese día vistió sus mejores ropas, que quizá en una fiesta de gala no le servirían ni al mesero, pero para él cumplían todos los requisitos de la elegancia.

Bien vestido, bien arreglado, José partió a su cita.

Como cada domingo, encaminó sus pasos a la morada de su amada.

Recordó la primera vez que tuvo una cita con ella. Lo esperaba en el parque de la colonia, bajo la sombra de un álamo.

Era un día de mucho sol, y su vestido blanco tomaba un brillo casi enceguecedor. Así deben verse los ángeles, pensó José, y desde entonces se prometió amarla por siempre.

Veinte años habían pasado, y seguía cumpliendo.

Hubo de todo en esas dos décadas. Sinsabores, pobreza, alegría, tiempos de jauja, y muchos momentos a solas, de íntima comunión de sus almas y cuerpos.

Ahora, la vida había dispuesto caminos distintos, pero él seguía siendo fiel a su promesa.

Se encaminó a donde ella siempre lo esperaba, igual, debajo de otro álamo, igual envuelta en una blancura similar a la de la primera vez.

E igual que siempre, él temblaba con la misma emoción.

Esta vez había mucha gente.

-Que irónico- pensó- nunca tienen tanta vida los panteones como el día de los muertos.

 

Noviembre 2 de 2009

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