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Crónicas de la Nada

La juerga de Adán

La juerga de Adán

La noche había dejado de ser doncella.

En un rincón del Paraíso, Adán seguía jugando y platicando con sus amigos.

Se notaba: no le preocupaba el mundo ni lo que le dijeran al llegar a casa. Disfrutaba como si fuera soltero.

Los otros contertulios miraban constantemente a la Osa Polar, la que camina en el cielo. Esa les decía la hora, y les preocupaba que Venus iba bajando poco a poco rumbo al horizonte del poniente, desvistiéndose sin rubor de su brillo, para ir a dormir.

Menudo problema les esperaba a todos en casa, cuando llegarán y su hembra los recibiera con los colmillos descubiertos y las garras preparadas para un zarpazo.

Sólo Adán seguía como si sintiera ser el amo de la creación.

Al fin comenzó a desgranarse al mazorca. Elefante argumentó tener trabajo muy temprano al día siguiente. León dijo algo de irse con él para cuidarlo, por si acaso, y el Conejo aprovechó para irse de “aventón” con los grandes.

Uno a uno se fueron retirando, hasta que quedó, como siempre, Serpiente y Adán.

-         No te preocupa que Eva te haga pleito por llegar tarde.

-         Que si me preocupa… ¡me aterra!- respondió Adán.

Eva y las hijas de Eva siempre se ponen furiosas si su hombre no llega a la hora acostumbrada. Quién sabe que se imaginarán, pero reaccionan como si ellos anduvieran en malos pasos.

Si supieran que todo lo que ellos buscan es alejarse un poco de ellas, para sufrir un poco su ausencia y disfrutar mejor su presencia. Pero no se les puede decir, porque se enojan.

-         Mira, -siguió Adán- todo es estrategia.

Serpiente, que en eso de la astucia se las sabe todas –o cree que se las sabe todas- se quedó inmóvil como una estatua. Pensaba y no adivinaba la estrategia de Adán.

-         Cuando no llegó temprano, Eva se pone inquieta primero. Mira a la ventana para ver si aparezco, pero cuando pasa más tiempo, comienza a molestarse.

Ese momento, continuó Adán, es un poco riesgoso, porque implica ver una mala cara toda la noche.

No se compara, de todas maneras, con lo que viene después. Los minutos siguen transcurriendo, y si no se asoma, Eva va subiendo de furor. Le molesta que no le avise, que ande en otros lados donde ella no está, que disfrute sólo de la vida, que la existencia de él no gire en torno a ella. Quién sabe, porque nadie puede meterse en el pensamiento de la mujer.

- Después de varias horas, está tan furiosa, que llegar a casa es mortal. Prefiero meterme en un avispero, o con todo respeto, en un pozo lleno de serpientes venenosas.

Desconcertado por completo, Serpiente no pudo refutar eso.

-         Pero cuando la noche transcurre y no llego, empieza a pensar que algo me pasó. Entonces se preocupa porque quizá estoy tirado por ahí, aplastado por una piedra enorme, o me arrastró el agua de un río, o un árbol me partió la cabeza.

-         Ah, ya entiendo .- razonó Serpiente- entonces te esperas a que se preocupe para que no te haga pleito.

-         Exacto –exclamó Adán- y preparo mi cara más triste y a veces, hasta premio alcanzo.

Ni duda cabe, pensó Serpiente para sí, para tratar a Eva, hay que ser más astuto que una serpiente. Aunque jamás logrará ser más astuto que una mujer.

Al final, razonó, ella siempre gana, aunque no nos demos cuenta.

 

 

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