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Crónicas de la Nada

Un café con la Vida

Un café con la Vida

De vez en cuando la vida toma conmigo café...

Negro y sin azúcar, como corresponde a los conocedores.

Con galletas, como corresponde a los valientes que no tememos ni a los kilos ni a la diabetes.

Por unos momentos, Emiliano baja del torbellino donde vive y me concede el honor de contarme sus historias. Las desgrana con pocas palabras y muchos gestos, con una paciencia tan grande que puede repetir la misma frase mil veces, hasta que lo comprendo.

Me gusta platicar con él porque me ayuda a comprender los misterios de la vida con su irrefutable lógica infantil. Tiene cuatro años y un montón de batallas ganadas. No lo sabe, pero si hay suficiente café en el mundo, alguna tarde reservada en el futuro, se lo contaré.

Por lo pronto, cada día luchamos juntos -sin que tampoco lo sepa- por vencer el principal escollo que tenemos en la larga batalla vivir.

Hace 47 meses la Vida -y la Vida es Dios- nos impuso la tarea de soldar un nudo para reparar el eslabón roto en la cadena generacional. No ha sido fácil, pero hasta ahora hemos encontrado la fórmula para que no pesen ese medio siglo de diferencia que median entre nosotros.

Tiene un padre en el Cielo, y no me toca sustituirlo. Pero ante esa ausencia, dejé de ser abuelo. No sé que somos, en realidad, pero lo disfruto y confío en que esa buena relación permitirá en el futuro encontrar las concordancias que siempre se necesitan entre dos seres tan separados por la edad.

Por lo pronto, tomamos café. Emiliano y yo recordamos que hace 47 años, la Vida nos obligó a tomarnos de la mano para no caer al abismo.

Y en ese convivir diario, podemos percibir entre nosotros la presencia de Paquito, su papá, como puente perfecto para hacer desaparecer esa diferencia de medio siglo.

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