Temas agotados
De pronto los temas se acaban.
Pudiera pensarse que la vida tuvo un receso, pero no. Es tan rápida, que no da tiempo a detenerse para observar la vida de los demás.
Las historias se nutren de los demás. A nadie le suceden tantas cosas para armar una novela, y aunque así sea, el hilo de los acontecimientos no da para formarla. Hay que agregarle, recortarle un poco, maquillarla y sazonarla con otras historias.
Así se crean.
Cuando los temas se acaban, es porque dejamos de ver a los demás. Simplemente pasan como en el dominó, sin ver.
Cada uno tiene una historia que contar. Pero hay que saber leerla, porque no siempre la saben narrar.
Hay que adivinarla, ver en sus ojos su pasado, y en su mirada su futuro.
En sus manos traen el mapa de su vida. En su rostro, cada arruga, cada cicatriz dicen algo. Es una anécdota, una tragedia, un triunfo o una derrota.
Así pasan. Sin vernos. Sin tomarnos en cuenta.
Pero el que escribe debe saber leer en sus movimientos. Sólo así resurgen los temas.
Queda otra opción: hablar de la nada.
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