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Crónicas de la Nada

La huida de Adán

La huida de Adán

Un día, Adán Pérez decidió marcharse.

Se sintió presionado, confundido, con ansias de libertad.

Las cadenas que sentía eran inmensas y no se creía suficientemente preparado para soportarlas.

Al principio todo era bello. Su vida con Eva era de lo mejor, pues se iban conociendo. Cada día descubrían algo entre ellos, y gozaban de su amor como si fuera la primera vez.

Luego llegaron los hijos, y Adán comenzó a comprender aquello de ganarse el pan con el sudor de su frente.

Ojalá sólo fuera la frente. Tenía que sudar duro todo el cuerpo para ir arrancándole a la tierra lo que necesitaba en casa.

No se sentía capaz de soportar semejante peso. Él ansiaba no tener ataduras, volver a ser como al principio, cuando todo el mundo de Eva era sólo él.

Sí quería a sus hijos, pero lo presionaban tanto que sólo quería irse.

Se fue. Se lo dijo a Eva, y ella asintió. Si él no quería estar ahí, ella tampoco quería que estuviera.

Adán Pérez salió sin ver qué derrotero tomar. Sólo caminó y caminó hasta que se cansó. Luego se sentó a meditar, y sobre todo a disfrutar de su soledad y su nueva libertad.

Pero la opresión lo fue invadiendo. Extrañaba a su familia. Ya no era una carga, sino la nostalgia.

Volvió, con la cola entre las patas.

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