La maestra
Llevaba en sus manos un montón de libros.
De edad mediana, robusta y con el pelo evidentemente teñido.
Algunos años habían pasado desde que esos libros habían sido el tema para que nuestro conocimiento abrevara.
Historia, si mal no recuerdo, era la clase que nos daba.
Caminaba rumbo a la escuela donde había pasado sus años enseñando letras, matemáticas y quién sabe cuántas materias y a cuántas generaciones.
Nosotros habíamos sido sus alumnos cuando corríamos por la adolescencia, y le había tocado sufrir nuestras travesuras mientras jugábamos a ser adultos sin ley.
Aprendimos. De su historia, de su disciplina. Los rebeldes de entonces se convirtieron en hombres de bien, domesticados por la universidad, primero, y luego por la profesión.
Me acerque a ella, pero ni cuando me paré enfrente dio señal de conocerme.
Me presenté con el nombre que siempre he tenido. –Usted me dio clases, ¿Recuerda?
Su mirada la traicionó. No, no se acordaba.
Yo sí. Era una mujer joven aún cuando llegaba cada media mañana a contarnos cómo vivieron nuestros ancestros. En la clase estaba su hija, un cerebrito que no admitía menos de cien, y a quien nos gustaba molestar, no sé si porque era hija de la maestra o porque era un fenómeno entre tanto estudiante revoltoso.
Tuve que contarle la mitad de la historia, hasta que fingió recordarme.
- Bueno, es que seguramente eras de los tranquilos.
Sí, pensé. O de los discretos.
0 comentarios