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Crónicas de la Nada

Mi Musa y su Flor

Mi Musa y su Flor

La Musa se resiste, pudorosa.

Mira la flor, hermosa como ella, pero mitiga el deseo, y la deja en el mismo lugar.

La flor se yergue majestuosa pese a su sencillez. Es apenas un tallo verde, coronado por unos pétalos amontonados en simetría perfecta, hasta formar unos labios púrpura, como dispuestos a dar un beso.

Mi Musa la desea, pero adivina que hay un compromiso. Si la toma, tendrá que entregarse completa, sin reservas, y su espíritu deberá fundirse con el mio. La inspiración total.

La flor le atrae. Prendida en el cabello de mi Musa resaltará mutuamente la belleza de ambas. Las otra musas se llenarán de envidia. A ellas nadie les regala flores, sólo les exigen.

Mi Musa no. Deja brotar la inspiración porque se sabe amada. Cuando aparece, le gusta juguetear, esconderse, quitarme la pluma, ocultar el papel en un cajón, mostrarme la lengua. Al final, siempre termina sentada en mis piernas, ofreciendo su leve cintura a los brazos de mi deseo literario.

Lo hace por reciprocidad. Desde siempre hemos estado juntos, en el amasiato perfecto, mucho antes de que supieramos de nuestra existencia y dependencia mutua.

Seguramente piensa en eso mientras alarga su brazo para alcanzar la flor. Se rindió a la seducción.

Toma la flor, la acerca a sus labios y apenas roza los pétalos. Los dos colores púrpura se confunden en el breve beso. Igual que su mirada en la mia. Igual que la intención del beso.

Sonríe mi Musa. Se sabe amada. Yo también. 

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