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Crónicas de la Nada

Remembranzas

Remembranzas

En la mañana fría, un vendedor aparece entre la bruma de la somnolencia, con sus bebidas calientes, combustible ideal para iniciar -y en nuestro caso reiniciar- el día. 
Recién se fue a dormir la madrugada. La Luna, trasnochadora eterna se aferra al último pedacito del cielo, y se niega a ir a la cama, hasta que el pico más alto de la montaña más lejana, logra lo que parecía imposible y termina cobijándola. 
El día recién amanece, Pero para nosotros ya lleva media jornada. El calor del sol no ha logrado sacudir todavía el frío polvo que nos espolvoreó el Rocío matutino, y una bebida caliente se ofrece como el remedio perfecto para calmar hambre y frío. 
El vendedor, muy joven, casi adolescente, instala su mesa y encima coloca los tres enormes termos. Dos con café y otro con avena. Elegimos del último. 
Al primer trago de avena el cuerpo percibe un calorcito agradable, que se va diseminado por todos lados. El sabor despierta los sentidos, hasta que llega al del recuerdo, removido por una cáscara remontada de canela. 
De la nada, aparecen esas mañana frías que salíamos para la escuela. Si estaba papá nos llevaba en coche. Si no estaba, había que caminar 11 cuadras de cien metros cada una. Más de un kilómetro, que era nada para nuestras piernas y entusiasmo infantil. 
Salíamos bien motivados, porque siempre había tiempo de desayunar. Casi alcanzo a percibir el aroma de la avena caliente, partiendo de la estufa al centro de la mesa, y luego al plato de donde iba directo a la gula infantil mañanera que no dejaba ni una sola hojuela. 
Siento el sabor de esas tortillas de harina, recién salidas del comal, untadas de mantequilla, y si había mermelada, mejor. Los recuerdos revolotean a mi alrededor. La caminata hasta la escuela, jugando con el vaho a arrojar humo por la boca, como dragones redimidos. Las risas eran cálidas, y las bromas inocentes. Todo era alegría. 
Disfruto el sabor de la avena y de los recuerdos. 
Y me propongo de vez en cuando llegar hasta esa mesa y comprar una avena, porque incluye un viaje gratis al pasado risueño, ese que tanto me gustó.

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