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Crónicas de la Nada

Ella

Ella

Por Francisco Zúñiga Esquivel

Con  un medio siglo a cuestas, decidió darse la oportunidad de volver a amar.

Fracasos había suficientes en su vida para desalentarlo, pero esos ojos pizpiretos lo cautivaron, y la sonrisa que le lanzaron terminó por esclavizarlo.

Se mostró dispuesto a recorrer medio mundo para volver a verse en el espejo de sus ojos. No era tan lejos, después de todo, pero representó un enorme esfuerzo.

Volvió por ella, pese a las advertencias de sus amigos. Qué podía esperar, le dijeron, si por la edad podría ser su hija. Hasta su nieta, dijo un despistado.

A él no le importó, porque la amaba. Y cuando se ama, el hombre se vuelve ciego, sordo, mudo, inconsciente. Cruzo medio mundo de ida y otro medio mundo de regreso, para traerla a su casa. Ella estaba encantada y lo recompensó con días de éxtasis, le renovó su juventud, y hasta le hizo sacar fuerzas que ya creía perdidas.

Nunca fue más  feliz. Soportó con indiferencia las miradas indiscretas en la calle cuando paseaba con ella tomados de la mano. Volvió a disfrutar el vértigo de la velocidad en los juegos mecánicos, corrió por los bosques buscándola y se revolcó entre las hojas muertas tiradas en el bosque.

Acarició hasta el cansancio esa piel casi adolescente. Le enseño todos los trucos de amor que aprendió en su disipada vida. Le abrió su corazón para que zurciera las heridas que otros amores dejaron. Se miró en esos ojos avellanados hasta perderse en el laberinto de las pasiones.

Y un día ella se fue. Se llevó las tardes de música y café. Los amaneceres con sus baños de luz. Las noches de olvido.

Él se quedó otra vez con su medio siglo. Frente al cuarto vacío, con una mirada abrazó todos los recuerdos y los metió a su corazón.

Sus amigos le reconfortaron. Volvieron a su casa, con una guitarra y un par de botellas de vino. Si no hay amor, que haya borrachera.

-          Te duele la partida –le dijo uno.

-          Sí, pero más me dolería no haberla tenido.

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