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Crónicas de la Nada

Madre

Madre

Por Francisco Zúñiga Esquivel

Al principio, Eva Pérez no entendía qué pasaba con su cuerpo. Era feliz con Adán, y le encantaba esa comunión estrecha de sus cuerpos, cuando por las noches, él se acurrucaba junto a ella.

Era hermoso sentir como se fundían en un solo cuerpo, y no alcanzaba a comprender el por qué después se sentía más compenetrada que nunca con él.

Menos entendía el por qué de pronto su hambre se despertó como un torrente incontenible. Adán tampoco comprendía como en un cuerpo tan frágil, tan delgado, podía caber tanto como Eva comía.

Así pasaron los meses. Eva fue cultivando un abdomen inflado, enorme, que curiosamente la hacía ver más hermosa.

Por las noches, cuando descansaba, sentía como si una nueva vida bullera dentro de su vientre. Algo pasaba, y Eva no lo comprendía.

Al fin, pasadas nueve lunas, Eva sintió los primeros dolores de su vida. Era como si una espada la partiera en dos. El aire le faltaba, y un sudor brotaba de cada poro.

Fueron momentos trágicos para ella y Adán. Él pensó que Eva moriría en cualquier momento, y su semblante se entristeció.

Qué equivocados estaban. Eva no murió, sino que dio a luz un pequeño ser, tan igual a ellos, pero con todo en miniatura.

Sus manos, sus pies, su nariz, sus ojos. Eva contemplaba como Adán, extasiado, podía contener en sus manos al nuevo ser.

Era tan vulnerable. Al abrazarlo por vez primera, Eva se infundió de una paz interior como nunca había sentido. Ese pequño que había crecido en su vientre, era suyo, era la fusión final de Eva y Adán.

Cuando todo pasó, el Señor fue a verla. La encontró amamantando al bebé.

Al verlo, Eva le dijo:

-          Ahora, Señor, me siento más cercana a ti. Ahora entiendo lo que es amar sin esperar nada  a cambio. Lo que es el dolor por el sufrimiento mínimo de otros. El poder de proteger a alguien más allá de mis fuerzas. EL haber contribuido a crear un nuevo ser. Con todo respeto, me siento como tú.

El Señor sonrió. Siempre lo hacía ante las simpleza de sus creaturas. Simpleza que se basaba en la lógica más aplastante: la de la inocencia.

-          Ahora eres un poquito como yo. En un grado que Adán jamás podrá alcanzar.

-          ¿Por qué, Señor?

-          - Porque eres madre.

 

Mayo 10 de 2009

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