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Crónicas de la Nada

Olor a rosas

Olor a rosas

Por Francisco Zúñiga Esquivel

Adán y Eva Pérez tuvieron muchos hijos, pero no todos se hicieron famosos. Hijos e hijas, que crecieron, se multiplicaron e hicieron las delicias de los dos, con infinidad de nietos.

Cada vez que se reunían en su casa, parecía fiesta.

Para Adán fue emocionante cuando nació su primera hija. Era hermosa, graciosa, candorosa, amorosa y un montón de epítetos más que fue endilgándole conforme se le ocurrían.

Le gustaba mirarla fijamente. Se perdía en el universo de sus ojos, le tocaba esas manitas delicadas y los piececillos tan bien formados a pesar de que eran una miniatura.

La pequeña cabía en sus manos. Ella lo veía y sonreía de manera especial. No como a los demás, sino con un lenguaje único entre padre e hija.

No había cualidades suficientes para la niña, decía Adán a Eva.

-Mira, si hasta cuando hace “popo”, ha de oler a rosas.

Eva sonreía, sorprendido de la alegría de Adán, que no habían despertado igual sus hijos varones.

Adán, feliz, con su hija perfecta. Bueno, casi, porque una tarde, le dice Eva:

-          La niña se popeó.

-          ¿Y?

Eva, traviesa, le responde:

-          Para que disfrutes tu olor a rosas.

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