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Crónicas de la Nada

Humanizándonos

Humanizándonos

Por Francisco Zúñiga Esquivel

Éramos  dos desconocidos, y en esos casos, el que está frente al escritorio es el que lleva siempre la desventaja.

Ella, menuda, de edad madura, se levantó con dificultad de su silla, con un gesto agrio, de fastidio.

Le faltaban datos a mi solicitud, y lo dijo con un desgano contenido. Hay que poner el lugar a donde va a llegar, me dijo, con dirección y todos los datos.

No pensé en eso cuando fui por la visa, pero acostumbrado a improvisar, saqué mi lista de datos y puse la dirección de uno de los hostales que tenía como opción para hospedarme durante el  viaje.

Ella lo vio cuando le entregué la solicitud. Lo pensó unos momentos y me dijo que faltaba el número de registro de la casa.

-          Además la zona donde está esta casa no es muy adecuada- replicó.

Dude, pero repliqué. Conocía la zona, en pleno corazón de La Habana. Un lugar hermoso, pensé, con edificios coloniales, muestra de cinco siglos de arquitectura, un parque enorme donde es posible ver a todas las generaciones de cubanos pasar y pasear.

-          Pero está a un lado del Capitolio, ahí es bonito y no sé que sea peligroso.

Por primera vez la funcionaria volteó a verme desde su corta estatura. Su rostro seguía inescrutable.

-          Estéticamente no es un lugar adecuado.

Si fuera mujer, La Habana sería hermosa, pero su virtud sería el encanto y enigma que encierra en cada una de sus calles. Una mujer –si lo fuera- de mil rostros, y todos interesantes.

-          La verdad –respondí con toda la diplomacia que pude acumular- es que uno cuando viaja lo que busca es bajar costos.

Rubriqué la frase con una sonrisa que buscaba complicidad. Un brillo distinto apareció en sus ojos. Para el cubano el turista es fuente de ingresos. De abusos a veces. Un turista con poco dinero, que va a convivir con ellos y conocerlos es bienvenido.

-          Consiga el número, y no hay problemas- me dijo, con una sonrisa.

Y no los hubo. Porque ahora ya no éramos desconocidos. La sonrisa cómplice apareció humanizándonos.

Ahora éramos dos personas , de carne, hueso, ilusiones y pobrezas.

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