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Crónicas de la Nada

Eva Bonita

Eva Bonita

Aún en su vejez, Eva Pérez acostumbraba aciclarse todas las tardes.

Primero, se daba un baño gratificante, si había tiempo, o un regaderazo rápido no lo tenía, aunque después de cierta edad, aprendió que siempre hay tiempo para todo. Y aprendió también a encontrarlo, si es que no lo había.

Salía envuelta en un aura de vapor, porque siempre le gustó el agua caliente, más incluso que los panecillos de media tarde.

Se peinaba con un cepillo especial, que le lustraba los cabellos, según platicaba mientras lo pasaba una y otra vez por la cabellera que nunca perdió su color castaño, gracias al tinte que descubrió.

Luego, se maquillaba muy discretamente, sólo para realzar un poco los ojos, que nunca fueron suficientemente bellos como para dejarlos sin su cuidado.

Un poco de rubor en las mejillas, y algo de perfume tras las orejas, porque ahí es donde más se penetra y se guardan los aromas, no en la nariz, como creían las nietas.

Buscaba un vestido bonito, que le realzara la figura, porque es cosa de entender que la mujer, es toda, no sólo pedacitos, así que luego de cuidar cada pieza de su cuerpo, lo enfundaba en una ropa que le favoreciera.

Acicalada totalmente, se sentaba a mirar la ventana, como por casualidad, hasta que llegaba Adán, siempre distraído.

- Nunca te dice que te ves bonita -le dijeron un día sus nietas, que ya eran bastantes- es un descuidado ese abuelo.

- No lo dice -respondió la Eva anciana- pero vuelve todas las tardes. No lo dice, pero lo siente.

Y guiñando un ojo a la más pequeña de las nietas, coronó su frase:

- Y eso me basta.

 

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