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Crónicas de la Nada

El día

El día

-Paco, vamos abajo.

La vocecita infantil habla casi en susurros, para despertar solamente al destinatario elegido, que en este caso soy yo, entre todos los habitantes de este universo llamado Casa.

El amanecer aún no aparece en la habitación, gracias a las gruesas cortinas diseñadas especialmente para crear una noche eterna donde se pueda vivir en sueños los deseos que la realidad de la Vida arrebata a cada momento.

La vocecita insiste, porque sabe que la perseverancia es la madre de todos los triunfos, y pronto vamos bajando la escalera, él rumbo a los juguetes que lo esperan, y yo rumbo al café mañanero y los pensamientos que inspirará para hacer más agradable el despertar.

Solos gracias a Morfeo y los pródigos abrazos que dispensa sobre los demás, el niño y yo nos sumergimos en nuestro mundo. Me entrega un pan de colores que ayer compró para mí, y  decido mandar la dieta al demonio por esta mañana. Pesa más el amor que me llega al corazón que los gramos en la cintura que ganaré.

Me muestra sus carritos que encontró empollándose el día anterior en una tienda. Luego conversamos de cosas de hombres, mientras rinde a la naturaleza el ritual diario de quitarse de encima lo que el cuerpo ya no necesita.

Mira mi reloj y pregunta para qué sirve, cómo se mueve. Le regalo uno que tengo abandonado en el buró, abrazado el pico virgen aún de de una botella decorada que espera el licor que la fecunde para dar vida a alguna noche de bohemia. El reloj está muerto, pero prometo resucitarlo tan pronto abran algún lugar donde comprar una batería que lo ponga nuevamente en órbita.

La mañana pasa ligera. El juega, yo preparo la clase que daré mañana. El vive despreocupadamente el presente, yo intento armar el rompecabezas del futuro. Ironías de la vida, porque yo sólo tengo seguro el presente que el disfruta; y él, en cambio, tiene la expectativa de un largo futuro que yo busco sembrar, a sabiendas que la cosecha no será para mí.

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