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Crónicas de la Nada

La tarde

La tarde

La tarde comienza a apoderarse del día, hasta que lo hace totalmente suyo.

La ciudad entra en un ritmo distinto. Se percibe hasta con los ojos cerrados, porque es una sensación, no un panorama.

Un familia de tres, jóvenes los padres, más joven aún el bebé, bostezan al unísono mientras esperan el camión que los llevara ¿a su casa?.

Una chica, oficinista a juzgar por su vestimenta, camina apresurada, con riesgo de que se le rompa el tacón de un zapato o de tropezar con la banqueta. Acabada la jornada, le espera el descanso, o quizá el otro trabajo, el de la casa.

Me detengo a un lado de la calle, justo a la mitad de la cuadra. La calle, que por las mañanas es un tren interminable de autos, ahora ofrece huecos en la circulación donde se puede jugar en el aire.

Nadie nota mi presencia, pese a la soledad de las banquetas. Todos buscan la salida de la obligación para entrar a la tranquilidad.

La tarde, gris en el oriente, luminosa en el poniente, es cómplice de sus deseos. Los deja huir, les crea el ambiente para que bajen la guardia, se olviden de todo y emprendan la huida.

Hago lo mismo, resignado.

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