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Crónicas de la Nada

La dulce Eva

La dulce Eva

Un día el Señor encontró a Adán en lo más profundo del bosque, sólo.

Sentado en una piedra, miraba a unas hormigas en su trabajo. Estaba totalmente absorto, al grado que no escuchó al Señor cuando se le acercó.

Era común que Adán Pérez se perdiera de repente. Como si se escondiera, desaparecía por horas, y luego salía de los lugares más inesperados. Eva siempre lo buscaba sin respuesta, y cuando se convencía de que no lo hallaría, optaba por irse a desaburrirse en otras cosas.

El Señor se detuvo atrás de Adán, pero éste seguía pendiente sólo de las hormigas.

-          Hola, Adán, ¿qué haces tan solo?

Este tardó en responder, y cuando lo hizo, un torrente de palabras fue saliendo sin control. Contó que estaba tratando de hallar un espacio para si mismo, porque a veces sentía que Eva lo ahogaba

No es que no la quisiera o no pasara buenos momentos con ella, pero como que a veces sentía la necesidad de estar solo, libre en sus pensamientos, y sin tener que escuchar la perorata que no dejaba de salir de los labios de su mujer.

-          Bueno, pero Eva es una creatura hermosa, complaciente contigo, inteligente, llena de virtudes.

-          No lo niego, y lo disfruto.

-          Te ama, y es un ser sumamente dulce contigo.

Adán volteó a verlo, sonrió evocando esos dulces momentos.

-          Sí señor, pero acuérdate que hasta la miel más sabrosa termina por empalagarte.  Y a veces, viene con abejas.

 

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