La niña y la abuela
En su cuerpo rechoncho no se nota la ingravidez que lleva a cuestas. Aún no, pero ya late un pequeño ser que viene a reclamar su espacio en el mundo.
Apenas unas semanas, en las que la joven madre vivió lo que otras tardan años en vivir. O en sufrir.
Es una niña, se nota en su rostro. Antes de eso, su ilusión era tener una fiesta de quince años. Modesta, pero que ella sintiera era su fiesta.
Ya no la tendrá. Tampoco habrá boda. Tampoco hay futuro en su pensamiento.
Apenas catorce años y ya arrastra una vida de infortunios, donde el embarazo adolescente viene a ser la cereza del pastel. Un pastel muy amargo.
Ella pensó, en su delirio adolescente, que el padre de su hijo la amaba. Encontró un poco del cariño que s madre no le daba. Por eso aceptó entregarle su prueba de amor.
Ni siquiera lo disfrutó. No hubo romanticismo en su entrega, solo pasión satisfecha de su hombre. El mismo que la recibió a regañadientes en su casa, cuando a ella la corrieron de la suya. El mismo que la abofeteó un día y la corrió a la calle, con su creatura en el vientre.
El mismo que no fue hombre.
Ahora, ella llora su infortunio. No tiene casa, no tiene estudio, no tiene fuerza. Y está enferma.
En dos semanas, todo cambió. Era una niña con miles de ilusiones. Hoy es una mujer de catorce años, con rostro de niña y que va a ser madre joven. Igual que su madre, igual que su abuela.
Su abuela. La misma que siempre corre a levantar. La misma que siempre se preocupó y se mató para que ella tuviera algo que comer, que vestir, para que tuviera el cuaderno que le pedían en la escuela.
La misma que ahora, vuelve a rejuvenecer para sostenerla. A ella y a su hijo.
Dios le guarde muchos años a su abuela.
Marzo 27 de 2010
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