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Crónicas de la Nada

Amigo

Amigo

 

Hace mucho tiempo que te conozco, y aunque hemos convivido a la largo de los años, nunca habías llegado a mi casa.

Desde niño recuerdo que aparecías de vez en cuando. Eras como un pariente lejano de esos que viene de vez en cuando, pasa unos días con nosotros y luego se va de nuevo, para seguir siendo alguien de quien todos platican, pero pocos conocen.

La primera vez que nos visitaste fue cuando perdimos a mi primito, Cecilio. Apenas tenía tres años. Recuerdo que llegaste y nos mandaron a otra casa a dormir, porque te hospedaste en la casa de los tíos, que en ese tiempo, estaba junto a la nuestra.

No entendía entonces qué eras, pues lo mío era jugar y disfrutar, no andar con meditaciones esotéricas.

Recuerdo que después estuviste cuando aquel amigo del barrio se ahogó en unas  vacaciones. Luego cuando mi abuela Sara se alivió de sus pesares y sus males.

Y volviste muchas veces al barrio, siempre para llevarte a mis amigos, compañeros de juegos de béisbol, de correrías, o de pleitos.

No imaginaba entonces que un día seríamos amigos. Que conviviríamos a diario en las calles de la ciudad, que conoceríamos los mismos lugares, que compartiríamos horas de infiernos ajenos.

Te hiciste parte de la vida, compañero indiscutible de jornadas de trabajo, al que buscábamos a diario, y nos lamentábamos cuando no te encontrábamos. El Muerto Nuestro de cada Día, decía yo en la  redacción cuando llegaban con la noticia que ocuparía las ocho columnas de mi periódico.

Así fui conociéndote en todas tus facetas. Y en todos tus efectos. Sé que tu presencia destruye familias, destroza vidas que acaba reputaciones, y que tu llegada trae dolor, a veces ignominia, desesperación, herejía, odio, coraje.

Y muchas veces, descanso.

Lo sé, porque te he visto en muchos rostros. Vi tus alas sobre la escena de muchos accidentes, donde un instante de descuido o de negligencia te facilitó la llegada.

Te ví en la desesperanza de muchos, que te llamaron y buscaron el camino hacia ti, montados en una bala, viajando en una soga, soñando gracias a medicamentos peligrosos, o saltando hacia ti porque te vieron al fondo de un puente o en la luz de la máquina de ferrocarril.

Te hallé en el rostro infantil de muchos que cayeron abatidos por las balas inmisericordes de una guerra que nadie entendía cómo inició, pero que costó vidas que te alimentaron.

Eras parte de mi vida, realmente. Pero nunca te habías hospedado en mi casa. Hasta ese aciago día, en que no quise verte, y me negaba a reconocer que ahí estabas, rondando el hospital donde mi hijo luchaba por vivir.

Sé que esos son tus dominios. Es uno de tus campamentos. En tus aventuras, siempre vienes a descansar en los hospitales, y más en uno como el Universitario, porque no necesitas buscar a nadie. Todos llegan a ti.

Al percibir tu conocida sombra, quise pensar que era otra vida la que buscabas. Dos días me aferré a esa esperanza, pero al fin, se acabó y tuve que recibirte, estrecharte la mano, y ofrecerte mi hospitalidad.

Días difíciles, porque tuve que vivir el purgatorio que siempre había conocido desde afuera. Cualquier dolor físico no se compara a ese dolor del alma que se rasga de arriba abajo cuando se va un hijo. Tu llegaste por mi hijo. Te lo llevaste cuando su vida era apenas un capullo que empezaba a despuntar. Te lo llevaste cuando empezaba, no le diste tiempo de nada. Sin misericordia segaste su existencia.

Y te quedaste tres meses, rondando hasta que finalmente, cuando todo parecía mejorar, te llevaste a mi padre. Y cierto, reconozco que el dolor anterior opacó fácilmente a éste. Que mi alma estaba cauterizada, que la llaga no duele más cuando se le abre otra llaga.

Si la primera fue una carga que nunca espere, esta fue una liberación, porque trajo descanso a un cuerpo cansado, disminuido, y le devolvió la dignidad.

Comprendo que no fue nada personal. Sólo es tu trabajo, Ángel de la Muerte, llevarte a quien tú sabes que debe partir. Nos tocó dos visitas tan seguidas, como a pocos les tocan. Y volviste a tocar las puertas, con ese accidente donde el Tío y el Primo casi se matan. Salieron ambos de mi casa, y en el camino, les hiciste la broma.

Porque tienes buen humor, aunque a veces sea un poco negro.

Sé que estarás en mi futuro, y que un día, llegarás a mi puerta para preguntar por mí. Y no te importará si tengo cosas pendientes, si ame suficiente, o si pague los impuestos a la vida. Llegarás y tendré que acompañarte. Porque eres parte de la vida, y quizá tu llegada implique el paso a otra vida.

Hasta ahora no me lo has querido decir. Pero en esta visita comprendí muchas cosas de ti. Al sentirte hospedada en mi hogar, entendí conceptos que antes ni imaginaba.

No te doy las gracias, Ángel de la Muerte, pues preferiría que no hubieras llegado. Y preferiría que sigamos viéndonos fuera de casa.

Pero sé que esto no depende ni de mí, ni de ti.

Para ti es un trabajo, para nosotros, un destino.

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