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Crónicas de la Nada

La batalla de la Vida

La batalla de la Vida

La vida no se detuvo un solo instante.

Allá, arriba, en una cama de hospital, mi hijo preparaba su último viaje. Nada se llevaría en su equipaje. Ni sus sueños, ni sus proyectos, ni sus ilusiones, ni su futuro que debió ser brillante. Ni siquiera su cuerpo. Todo se quedaba aquí, en el mundo real, maltrecho luego de dos días de luchar por quedarse.

Recordé a su hijo, el hijo de mi hijo, y su propia lucha por sobrevivir al mundo en el que despertó de pronto, adelantado en el tiempo, apenas seis meses antes. Era un pedacito de gente que se aferraba a la vida con la misma fuerza con que días después aferró mi dedo con toda su manita.

Ahora, mi Hijo había enfrentado su propia lucha, y salía derrotado. Hay quienes ganan aún perdiendo batallas, pensé, pero nada me consoló. Esta vez, su mano estaba inerte cuando lo despedí.

Recordé las últimas palabras que  cruce con él, apenas dos días antes: -Tu preocúpate por aliviarte, hijo, tu papá se ocupa de todo lo demás.

Y él, obediente, respondió: Sí, Pa.

El milagro no se produjo, y él se había ido. O quizá se había aliviado en la manera que yo no quería.

Salí del hospital, deseoso de encontrarme con mis pensamientos. Era un bonito día, soleado, en el que la vida bullía por todos lados.

Un hombre mayor caminaba dificultosamente aferrado a su bastón y al brazo de su esposa. Un estudiante, quizá de la misma edad que Paco, caminaba junto a una chica, evidentemente buscando enamorarla. Una niña lloraba junto a su mamá, y una madre le daba de  comer a su niño.

Un joven pasó junto a mí, cargando a su bebé. Así debería ser la vida de Paco, pensé, pero la Vida, la dueña de nuestras existencias, nos había jugado una broma.

 A veces la vida te sonríe, otras veces ríe contigo, y algunas, se ríe de ti. Hoy, se burlaba de nosotros, pero no nos iba a doblar. Empezaba mi propia batalla, y no estaba seguro de tener las armas necesarias para pelear, ni la resistencia para soportar el  tiempo que durará la lucha.

Volví a ver la gente que seguía sonriendo, soñando, jugando, amando, comiendo, pensando, deseando, sin importarle que mi hijo estuviera arriba, esperando su último viaje. El viaje al país de Nunca Jamás.

Apenas tenía 20 años. Ni siquiera la mitad de los años que yo tengo. Apenas bosquejaba lo que sería su existencia. Todo se  truncó, como la flor del camino que es pisoteada por el descuido de los caminantes.

La vida sigue. Hoy me muestra el filo de la espada, y me obliga a probarlo con una estocada directa al corazón.

Yo tomo mi escudo, mi espada, el blasón de mi hijo y del hijo de mi hijo, y me preparo a esta batalla.

La vida no se detiene, pero tampoco me puedo bajar de ella. Tengo que seguirla y volver a montarme en ella.

Aunque duela la caída y los raspones. Aunque las heridas de la batalla sangren y las llagas se nieguen a sanar. Aunque la espada siga clavada hasta la empuñadura.

Estamos en la lucha, y no nos vamos a rendir.

2 comentarios

Ricardo -

Nos contactamos por Facebook.Tu texto es maravilloso....me emociona leerlo. A veces un escribe sobre los "guerreros"....pero cuando uno se encuentra con uno de ellos la emoción es enorme!! Te digo gracias por ser uno de ellos.....un gran abrazo!!!

Emily -

Mi Admiración y Respeto porque a pesar del dolor, el Amor hacia tu Hijo es tan grande que te inspira escribir su historia y recordar cómo hasta en sus últimos momentos fue Obediente y sin duda, Un Buen Hijo. QPD.

Nos nos rendimos.