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Crónicas de la Nada

El lago de la princesita

El lago de la princesita

Erase una vez un sapo cualquiera.

Bueno, no era un sapo  cualquiera. Era un Sapo aventurero, bohemio, despreocupado, que no sabía que vivía en un cuento de hadas. El creía que vivía en una novela negra.

Un día, decidió emprender camino al andar, y se fue, vagando por caminos que no conocía, decidiendo al azar en las encrucijadas, y buscando estanques nuevos donde renovar su existencia.

El Sapo encontró un pequeño lago, transparente como lágrimas de princesa, hermoso como la mirada de una niña enamorada. Se parecía a la felicidad, y decidió instalarse un tiempo. Sólo un tiempo, porque él sabía que no hay felicidad eterna.

Por las mañanas, el Sapo disfrutaba la holganza viendo la transparencia de las aguas, la salida del sol, y las montañas cercanas. Cuando se cansaba de ver una, movía su silla y se ponía a ver la otra.

En las tardes, jugaba a las escondidillas con el Sol, hasta que este se iba a dormir, y entonces, sacaba su guitarra y cantaba –croaba- historias de todo tipo, aprendidas en su caminar por la vida.

Una tarde, encontró en el estanque a una Princesa. Era bella como el amanecer y tierna como el beso de un bebé. Era dulce como una sonrisa, y frágil como un pensamiento.

-        Hola, Sapo- le dijo la bella.

-        Hola, Princesa- respondió el Sapo, ilusionado- seamos amigos.

Así empezó su amistad. Todos los días, la Princesa iba al estanque, y el Sapo dejaba de jugar con el Sol, para platicar con ella. Él le contó historias de amantes traviesos que proyectaron su amor a la historia, ella escuchaba y luego le platicaba de sus propias vivencias.

Las tardes se alargaban hasta hacerse noches. Cuando se iba a su castillo, la Princesa le dejaba mensajes al Sapo en las hojas de los árboles, o los pétalos de las flores que besaba con su aroma, para que los leyera en las mañanas. A veces, le escribía palabras de amor en la superficie del lago, pero el Sapo no sabía leer en el agua.

Así pasaron los días. Una tarde, el Sapo notó que el lago había disminuido. Fue la vez que llegó con una flor para ofrecérsela a la Princesa. Tal vez sí vivía en un cuento de hadas. Quizá era Sapo por un hechizo que las otras Princesas que había besado no supieron romper.

La Princesa vio la flor, hermosa como los sentimientos del Sapo, y se puso a la defensiva.

-        Este lago –dijo la Princesa- yo lo hice con mis lágrimas.

Entonces, pensó el Sapo, ella ya no llora, por eso el lago es más pequeño.

No pensó más, porque la Princesa inició un relato. Le contó su historia. Cuando apenas despuntaba la flor de su hermosura, todos los príncipes del mundo querían tocar su mano, y casarse con ella. Pudo elegir al que ella le pareció el más hermoso, más fuerte, y más gentil.

Se casó con él, pero el Príncipe sufría un hechizo que lo convertía en Ogro apenas cerraba las puertas del castillo. Las noches de amor que ella soñaba, se volvieron oscuridad y humillación. Su vida se volvió un martirio, encadenada por siempre a un ser abyecto, cruel, que gozaba con su sufrimiento.

Por las tardes, cuando la Princesa salía, lloraba por su suerte y sus ilusiones perdidas. Sus lágrimas fueron acumulándose hasta formar un lago transparente y hermoso. Era un espejo donde la Princesa veía su mundo perdido.

Ahí mismo vio reflejada una tarde la figura del Príncipe Azul, que volvía luego de recorrer el mundo y hacer riquezas. Lo recordaba como un jovencito tímido, que le lanzaba miradas en las fiestas, pero no se atrevía a acercarse. Él le dijo que desde entonces la amaba, pero cuando ella eligió al Príncipe, él resolvió alejarse para casarse con otra princesa tierna que su padre  le eligió. Porque los príncipes sólo aman a las princesas, y las princesas sólo aman a los príncipes, le dijo ella al Sapo.

Ahora volvía, libre, porque la otra princesa había muerto.

El Príncipe Azul le devolvió la ilusión, aunque sólo volvía de cuando en cuando al estanque, para renovarle promesas de amor, que ella no podía devolverle.

Pero un día, el Príncipe-Ogro se cansó de verla, y se fue. Y ella se sintió libre, para amar al Príncipe Azul.

-Y ahora vives con él – afirmó el Sapo.

- No, él viene cuando puede, porque siempre está muy ocupado. Yo lo espero, y soy feliz.

- Cuando amas, la persona amada es tu ocupación principal- filosofó el Sapo.

-Es tarde –dijo solemne Ella- es mejor que vayas a dormir.

Obediente, se fue.

-        Sabes –finalizó el Sapo a modo de despedida- no quiero ser Príncipe. Los príncipes, son crueles.

La dejó a solas con sus pensamientos. Y él cargo con los suyos, que no lo dejaron dormir esa noche.

Al otro día, el Sapo volvió al lago. Ya no encontró a la Princesa. Pero el lago, se había convertido en el mar más azul y bello que nunca había imaginado.

1 comentario

Emily -

Bella imaginación del autor.
Pero,Serán crueles los príncipes?
Tal vez el amar sin ser correspondido duela tanto...