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Crónicas de la Nada

Muchachos

Muchachos

 

El vaso sucio, con huellas de la leche con chocolate que tuvo y que pasó a calmar el ansia del adolescente, es la mejor prueba de que sí se fue a la escuela.

Como siempre, como todo, va dejando a su paso la huella de sus destrozos, de su descuido, de su indiferencia.

El televisor se queda encendido para que nadie lo vea. La puerta abierta sin que nadie más vaya a entrar. La cerradura permisiva para todo aquel que pase por casa. Las toallas, mojadas y sin orden sobre el suelo.

Dios en lugar de oídos les dio sólo un túnel auditivo, por eso los consejos y regaños entran por un oído y salen por otro, sin que se quede nada en su cerebro juvenil.

Puede uno darles permiso hasta las diez de la noche, y llegarán a las once. Los dejas a las once, y llegarán a las doce.

Nunca ven el reloj, nunca se asoman al calendario, nunca se preocupan por las cuentas a pagar. Son libres, sin ataduras y con el único compromiso de salir a la calle apenas cae el sol, para ver a la novia, una distinta cada mes, y platicar con los amigos las mismas pláticas de todos los días.

Y nobles para soportar los regaños diarios, que no sabemos si son para corregirlos o por la envidia de no poder ser como ellos.

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