Aburrido
Un día de tantos, perdido en sus pensamientos, Tony encontró una salida sólo para decir: Estoy aburrido.
Si sus palabras lo decían, su semblante lo gritaba. Todo su ser emitía una señal de alarma. El aburrimiento estaba posesionado de ese cuerpo de cincuenta y tantos años, que lejos de su tierra, no sabía qué hacer.
Me sorprende que estés en pleno aburrimiento, habiendo tantas cosas por hacer, le dije. No hablaba de arreglar la llave que gotea en el baño, ni de la cocina que tiene dos años esperando ser construida, ni de las decenas de libros acumulados que siguen con sus páginas vírgenes esperando a que ojos aviesos recorran sus cuerpos.
Simplemente hacer, dejar pasar las cosas, y disfrutarlas. Será que como veo poca televisión, siempre debo hallar en que gastar mi tiempo Leo, platico mucho con mi mujer, tomo café, o de plano voy, me siento en un sillón y medito.
En realidad, es holganza pura, tiro hueva, pero puede decirse que medito en la inmortalidad del cangrejo.
O te sales a caminar. A ver con ojos nuevos las cosas viejas. A disfrutar la risa de los niños a media calle, el amor de los adolescentes en las rellanos de las puertas, la placidez de los viejos en sus mecedoras.
El aburrimiento, en realidad, lo traemos por dentro, no te llega, sino que ahí está.
Mira a los niños, como se entretienen con una piedra, un palo o de plano con sus manos.
Nosotros tenemos más experiencia que ellos, y por tanto, más posibilidades.
Pero cuando el aburrimiento llega, pone una venda en los ojos, y con celos enfermizos no deja que veamos nada más.
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