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Crónicas de la Nada

La ventana al final del pasillo

La ventana al final del pasillo

La ventana al final del pasillo no es una ventana feliz.

Día y noche, muestra siempre la misma escena: Una ventana más, tan insípida como ésta, y una pared que se pierde a lo largo de otro pasillo.

Desde el otro extremo del pasillo es difícil incluso saber qué hora es. Pueden ser las siete de la mañana, o las tres de la tarde. La ventana muestra la misma luminosidad y sólo por las noches, cuando el sol ya se esconde, cambia un poco el panorama.

Para eso fue hecha, para dejar entrar la luz a lo largo del día y el viento fresco por las tardes y las noches. La ventana al final del pasillo cumple cabalmente su misión. Pero yo sé que no es una ventana feliz, porque ansía mostrar otros paisajes, los juegos de los niños, el pasto verde de algún jardín o al menos el paso alegre de las personas.

Lo que no sabe es que todo eso lo tiene. Cuando uno se para a su lado, puede ver que a un extremo está una calle donde lo mismo pasan mamás con sus bebés, hombres apresurados porque se les hace tarde para el trabajo o para una cita de amor. Ahí juegan los niños al fútbol y uno que otro adolescente pinta sus incoherencias furtivas sobre el muro.

Frente a la ventana, otra ventana muestra a veces la sonrisa de una niña que se asoma para hablar con su vecina. En lo alto, el paisaje cambia a cada momento. No es el verde del pasto, sino el azul del cielo y lo blanco de nubes algodonadas.

La ventana no lo sabe, por eso no es feliz.  Sólo hace su trabajo, y es eficiente.

Pero no le ha encontrado el lado divertido, quizá porque quienes ven  a través de ella no se atreven a acercarse y contemplar el mundo que ofrece.

 

 

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