Espacios
Nada tengo en mi espacio.
Nada tengo, porque no es mío. Debo compartirlo con quien lo gana, con quien llega primero, porque es tan suyo como mío.
Somos una masa amorfa, donde todos somos parte de los otros, aunque pequemos de independientes.
Por eso, el lugar común de trabajo son sólo cubículos anónimos, fríos, calculados en base al área que ocupa una persona de dimensiones promedio, con suficiente espacio para moverse, tener un par de libros, unas fotografías donde aparezcan los hijos que la vida le dio, aunque no sean los que hubiera querido, pues los hubieran elegido más bonitos.
No tengo nada ahí. Soy el gitano de la redacción, el trashumante de cada tarde, que lo mismo mira el reloj impasible que la sala de juntas donde nadie se junta.
Podría poner una fotografía, al fin que en casa hay miles peleando por un espacio. Podría, pero ridículo se vería reclamar un espacio que no es propio. Prefiero ir de lugar en lugar, disfrutando lo que cada uno me da.
Es como la vida. Cada ciudad en que he estado, cada país, cada hogar, es de alguien. Lo comparten conmigo, y lo disfruto mientras dura el instante.
Aunque esos lugares se van volviendo un poco míos porque quedan en los recuerdos.
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