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Crónicas de la Nada

El amor en los tiempos de influenza

El amor en los tiempos de influenza

El amor en los tiempos de la influenza no existe.

Medio mundo te rechaza, te evita, te retira casi el saludo.

Mitad jugando, mitad en serio, mucha gente optó por saludarnos de lejos cuando supieron que habíamos convivido con el alcalde de Monterrey, Fernando Larrazabal Bretón en los días que anduvo incubando el virus del AH1 N1.

Vivir así es difícil, así que no hubo más opción que acudir a un examen que lo confirmara o descartara.

Los periodistas somos gente de alto riesgo para las enfermedades, sobre todo si se trata de virus. Donde quiera que esté la enfermedad, vamos a ella. Saludamos a decenas de personas al día, así que es cuestión de dos o tres para que tengamos entre manos cualquier enfermedad.

Eso mismo nos inmuniza, y soportamos mucho más que cualquier mortal. Por eso cuando me avisaron que Larrazabal Bretón estaba enfermo, pensé en un examen, más para tranquilidad de los demás que de la propia.

Lo que no sabía es que al portador del virus el mundo lo aísla. Más si el Arquitecto Héctor Benavides lo anuncia a las siete y media de la noche por su noticiero. A las ocho de la noche, todo el que te veía, lo hacía con desconfianza. Hasta el de la gasolinera donde vas cada semana.

En la cárcel y la influenza se conoce a los amigos. Son los que se arriesgan a que les pases el virus, aunque primero te ven si andas sano. Salvas la situación haciendo bromas de ti mismo. Por los que no andan tan confiados.

Sobreviví a la noche y a una reunión sin problemas. Amaneció, y mi nariz seguía seca. Buena señal. Pero aún retumbaba en los oídos la orden tajante y florida de José de la Luz Lozano: Hágase un examen.

Corregí agenda, y subí al principio el ir a un examen.

José Juan, el camarógrafo, Jorge el fotógrafo y yo, hicimos del auto un ghetto personal, y nos fuimos al examen.

Un equipo de gente de bata blanca nos esperaba. ¿Tan grave es esto?, pensé.

No. Al menos en el saludo, vimos que a estos ni se preocupaban.

Nos platicaron un montón de cosas sobre el AH1 N1, de cómo es más el miedo de la gente que lo problemático del virus. En fin, ya ni nos acordábamos que andamos propensos.

Una joven enmascarada nos recordó que éramos conejillos de indias. Nos pasó a un cuartito ocupado por una silla, un escritorio y un montón de muestras.

Juan José, con la cámara en ristre, nos siguió, preparando la imagen. Nunca pensé que mis fluidos nasales fueran a salir un día en televisión. Una anécdota más que contar en alguna noche de bohemia.

- Es muy sencillo –dijo la chica, mientras preparaba un hisopo del tamaño del miedo para introducirlo en mi fosa nasal –Lo que voy a hacer es un raspado – (¡en mi nariz!), voy a introducir este hisopo en su nariz, es un poquito incómodo.

Un poquito. Para ella, claro, que le toca ser el torero y a mi recibir la estocada. Pero antes que pensara, ya estaba removiendo mis pensamientos con el cotonete bien metido en mi nariz.

Un segundo, dos, tres. Aguanté el estornudo, y ella mantuvo la estocada. Al fin, sacó el algodoncillo casi igual que al principio.

-           Ya ve- dijo ella, pero yo entendí: ¿No que muy valiente?

El hisopo fue a dar a un tubo de ensayo, a esperar que hiciera reacción. Diez minutos nada más. Diez minutos esperando el veredicto. Culpable o inocente. Sano o enfermo. Reintegrado a la sociedad o proscrito por cinco días igual que el alcalde Larrazabal Bretón.

Salí mientras hacía efecto el químico. Afuera, otros reporteros de la fuente esperaban su turno, junto al personal del municipio. –Duele mucho- le dice a la más asustada, acercándome a su oreja. No me espere a ver si tembló.

La espera pudo ser eterna, pero sólo duró diez minutos. El médico salió sonriente, como si la cosa no fuera con él. Alcance a escuchar mi nombre, y luego el de mis compañeros.

- Salió negativo.

Lo dicho, esta profesión, te hace inmune. A virus y a políticos.

 

Enero 22 de 2010

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