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Crónicas de la Nada

El patinador

El patinador

Por la ventana de su oficina, la alcaldesa miraba orgullosa la pista de hielo que había colocado en pleno centro de la plaza del pueblo.

Se veía hermosa, llena de jovencitos y niños que patinaban con su mejor esfuerzo, aunque éste no se reflejará en una estampa artística.

No importa, pensó, basta con que se diviertan.

Sólo un niño no patinaba. Tendría unos ocho o nueve años, y sentado en las gradas, miraba como avanzaba la fila de pequeños que esperaban a recibir sus patines. Luego volteaba a ver a los que se deslizaban por la pista de hielo, con una paciencia jobiana.

La alcaldesa quiso saber qué pasaba con él. Era tan barato, apenas diez pesos, conseguir una entrada, que sólo el que no quisiera podía hacerlo.

Bajó de su oficina, salió a la plaza y se acercó a donde el niño esperaba. Comprobó que no pensaba patinar, y llena de curiosidad, se acercó a él.

-          ¿Y tú no patinas?- le dijo con toda la delicadez que fue capaz.

-          No, sólo vine a ver, yo vengo a patinar mañana.

-          ¿Y hoy por qué no?

El niño la miró con desenfado. Cómo podía no comprender que él no podía patinar ese día. Que él no tenía los diez pesos que cobraban.

-          Bueno, yo patino mañana, porque a mi papá le pagan hasta mañana. Entonces, vendré a patinar mañana. Me lo prometió.

La alcaldesa del pueblo notó entonces que a pesar del frío el niño aquel llevaba apenas un suéter ligero, muy desgastado. Que los zapatos, aunque limpios, evidentemente era una talla mayor a la de sus pies.

Buscó una moneda entre su bolso. Hurgó entre el maquillaje Max Factor y las tarjetas de crédito. Una lapicera de oro se enganchó con fino prendedor. Al fin encontró la moneda. Diez pesos.

-          Ten, ve y patina de una vez.

En un instante, el pequeño se transformó en el niño más feliz del mundo. Corrió a pedir sus patinas, y aunque se resbaló muchas veces, no dejó de reir y divertirse.

La Alcaldesa lo vio durante un rato antes de irse a seguir trabajando.

“Qué fácil –pensó mientras subía los escalones rumbo a su oficina- es hacer feliz a un niño. Y qué barato”.

 

Enero 5 de 2010

 

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