Las Palabras
Adán Pérez es un hombre de pocas palabras.
Lo es porque cada vez que hablaba tenía que inventarlas. A él le tocó ponerle nombre a todas las cosas.
Cuando fue creado del barro, el mundo era tan nuevo que nada tenía nombre. Adán tuvo que ir poniéndoselo a las cosas, inventando vocablos, combinando sonidos, hasta que formó palabras.
Siempre creyó que él fue el único creador del lenguaje. La verdad es que Dios se las iba poniendo en la punta de la lengua, porque Adán de nada tenía antecedentes.
Así se pasó la vida, poniéndole nombre a las cosas. Hasta que llegaron los constructores de la torre de Babel, que vinieron a ponerle a todo en la torre. Literalmente hablando.
Aún así, Eva Pérez se quejó siempre de que Adán fue hombre de pocas palabras. Habiendo tanto sentimiento entre ellos, pocas veces se lo decía.
En realidad, Adán la amaba. Al principio no, pues sólo era su compañera.
Pero cuando tocó la dulzura de su piel, y probó la miel de sus labios, la amó.
Era tan suave como la piel del durazno, tan tierna como las flores que brotaban en las tardes de primavera.
Pero Adán era hombre de pocas palabras. Simplemente la amaba.
- Por qué Eva –preguntó una vez al Señor- nunca esta contenta. Siempre quiere escuchar que la amo.
- Así son –le dijo Él- para las mujeres, el amor nunca es suficiente.
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