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Crónicas de la Nada

La tarde de la Iguana

La tarde de la Iguana

En el mundo animal, Hércules es una iguana macho.

En el barrio, es un compañero más. Todos lo conocen, unos le temen, otros lo ven con curiosidad, y otros de plano lo confunden con víboras, lagartijos, cocodrilos y lo que su imaginación les dicta en el momento.

En su mundo, seguramente es un macho atractivo, pero como en el barrio es la única iguana, no hay quien lo pueda asegurar.

Visto de cerca es temible. Como un lagarto o dragón pero en pequeñito.

En el barrio no le tienen miedo. Ya saben que no hace nada, y que es como un manso cordero, salvo cuando el hambre le gana. Entonces se vuelve un león, pero no pierde su forma de iguana.

El día que se perdió, todo el barrio lo buscó en los árboles, en los techos de las casas, en los jardines, en los lotes baldíos. Como es capaz de emular al hombre araña y trepar por las paredes, revisamos los patios de los vecinos.

No lo hallamos, porque en realidad, no había salido de casa.

Como los bebés que se pierden y al final los descubrimos dormidos bajo la cama, así Hércules.

Todo su instinto animal de animal salvaje falló por su curiosidad. Quiso ver que había dentro de un aire lavado, y encontró un cilindro, tipo carrousel, que arroja el aire.

Ahí se trepó Hércules y ahí se quedó atrapado, boca arriba. Por horas intentó salir, pero a cada paso, el carrousel giraba y el seguía donde mismo: bocabajo y atrapado.

Ahí lo encontramos, con su orgullo hecho trizas, pero indemne. Ciento por ciento.

El respiro aliviado, y el barrio también.

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