Invisibles
Hace muchos ayeres que la mujer dejó de llevar la frente en alto.
La dignidad la tiene, pero los años la han acabado, y hoy su espalda está encorvada, y su frente apunta siempre al suelo.
Aunque no haga frío, siempre lleva un sueter ligero y un chal. Debe ser que sale temprano de casa, a ganarse el sustento diario. O puede ser la sola costumbre de no dejar ni un milimetro de piel vulnerable a miradas aviesas y lujuriosas.
Hace mucho que dejó de provocarlas. Si acaso despierta miradas de curiosidad, algunas de ternura, pero la mayoria de los ojos con los que se cruza ni siquiera la ven.
Yo sí. La veo parada, agachada como si fuera a caer, pero sostenida por un bordón, que en realidad es un palo robado a una escoba.
A su lado, el hijo, un hombretón de barba y pelo largo y descuidado, como si fuera eso un estandarte de la pobreza.
Juntos esperan que los autos los dejen pasar en un crucero complicado.
Ahí pasan tantos tiempo, que es difícil medirlo. Nadie los ve, nadie los toma en cuenta.
Seres perdidos de la ciudad que para los otros, no merecen ni siquiera ser parte de la escenografía.
Noviembre 6 de 2009
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