El otro amor
Hermosa la camioneta.
Resalta en el panorama de esa calle, con su color amarillo. Muy bien cuidada, como si fuera una mujer.
A simple vista, parecía como si acabara de salir de la agencia de autos, recién estrenada.
En su vidrio posterior tenía un signo de pesos, señal de que estaba en venta.
Su dueño la coloca todos los días en el mismo lugar, para que la vean propios y extraños.
Se nota que quiere a su camioneta. Se nota en lo bien cuidada que está.
Pero la vende, porque los amores no son eternos. Y aunque lo sean, a veces requieren sacrificios.
Y cuando se trata de elegir, alguien tiene que irse. Ahora le toca a la camioneta amarilla. Se va a ir, apenas encuentra quien se enamore lo suficiente de ella como para pagar el precio.
Su dueño, no sé quién sea, tiene que pagar el precio por otro amor, más permanente, más satisfactorio.
El vehículo es el precio. No hay lugar para dos amores.
Junto al signo de pesos, hay una leyenda sobre el cristal: Urge, me caso.
Eso lo explica todo. Una mujer, vale mucho más que cualquier otro amor.
Febrero 14 de 2009
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