Blogia
Crónicas de la Nada

El Mosquito

Se subió al auto sin permiso.

Osado, como todo aventurero, se metió y se posó sobre el asiento.Yo tuve la culpa, porque llevaba el vidrio abajo. Si lo hubiera cerrado, jamás se habría metido ese mosquito.

Mosquito o mosquita, no sé, porque  la vista no alcanza para tanto.

Se posó primero en el asiento, pero enseguida sintió que no era su lugar, y volvió a volar de un lado a otro.

Voló a ras del tablero, y aterrizó en un extremo. Imaginé que estaba viendo el mundo a través del parabrisas, emocionado, en parte, y asustado, en complemento.

Por un instante intente ponerse en sus zapatos, literalmente hablando.Un pobre mosquito –o mosquita, porque nada traía ni rosa ni azul- perdido, arriba de un vehículo que no sabía ni para donde iba.

Lo sentí desvalido. Pobre, pensé, seguramente está llamando a su mamá con un grito destemplado en una frecuencia que el oído humano no capta.

Volvió a volar, desorientado. El panorama cambiaba a cada momento, y no se explicaba por qué.

Se fue al asiento trasero y tampoco le gustó. Cinco cuadras después, el pobre mosquito seguía buscando una salida, o un destino.

Lo encontró cuando detuve el auto.

Salió, a un mundo desconocido, al peligro, a la aventura. Pero sobre todo, a la libertad.

Voló tres metros y se perdió a mi vista. En su lugar, ví a mucha gente.

Caminaban por la ciudad, quizá tan desorientados y perdidos como el mosquito.

0 comentarios