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Crónicas de la Nada

Facundo

Me lo encontré algunas veces en el camino de la vida.

Él siempre iba de paso, y yo siempre iba de ida, pero pudimos enlazar por unos momentos esos dos derroteros, y compartimos anécdotas, planes y hasta uno que otro chascarrillo.

Facundo Cabral no era lo que se dice un tipo sencillo. Era complicado, porque alguien con tanto kilometraje siempre trae un montón de vivencias, propias y ajenas, y adquiere una visión peculiar del mundo. Estar al nivel, es difícil, pero se puede fingir.

Pero era un hombre solo, como todo poeta. Y siempre tenía gente alrededor, como todo famoso.

Lo noté la segunda vez que platicamos. Al final, todos nos quedamos, pero él se fue, sólo con su bastón.

La primera vez que cruce palabras –e ideas- con él, encontré un filósofo popular, que tenía la fórmula para hacer sencillas las complicaciones de la vida.

Entramos a ese hotel por pura logística. El Ancira, en Monterrey. Cruzarlo nos ahorraba un par de cuadras, y cuando se carga el equipo para televisión, siempre es significativo.

Ahí estaba Facundo Cabral, cegado por la lámpara de las cámaras de todas las televisoras locales, excepto la nuestra.

Eso nos detuvo, y mi camarógrafo, Arturo, tomó posición, mientras yo me disponía a enfrentar el reto de hacer una entrevista en un tema del que nada comprendía.

Pero te dejas llevar por lo que los demás dicen, y encuentras el tema. Recuerdas que cada vez que sacas la guitarra del olvido, siempre en algún momento de la bohemia terminas por rasgar los acordes de No soy de Aquí, ni soy de allá, y entonces, te identificas con el personaje.

Terminada la entrevista, seguimos la plática, que se alargó, hablando de todo y de nada, del ayer y el futuro, de los planes, los recuerdos, las vivencias y las tristezas. Sólo faltó el tequila, diría luego mi compañero.

Nos dijimos adiós, y seguramente el momento se quedó más grabado en mi memoria que en la de él.

Hace unos meses, otra vez platiqué con él, igual, en el lobby de un hotel, esta vez el Ambassador, en mi querido Monterrey.

Se veía cansado, y poco dispuesto a enfrascar una de esas conversaciones largas, donde siempre se sentía obligado a lanzar su mensaje. Más que platicar, optaba por predicar.

Se fue, con su paso cansado, solo y sólo con su bastón.

Seguramente así partió hace unos días. Sin compañía, sin su guitarra ni sus canciones.

La vida decidió por Facundo: Ya es de allá, pero igual es de aquí.

 

 

1 comentario

Lourdes Flores -

¿Será que se cansó de hacer de la prosa de la vida un verso? Buena crónica