El hombre de la Estrella
(Visto antes de la Navidad)
Montado en lo alto de un pino gigantesco, el hombre aquel juega a ser dios.
Desafía la altura, que a otro le haría caer de vértigo, para hacer un pequeño universo sobre la punta del árbol.
Ni siquiera es natural el pino sobre el que está trepado. Él mismo lo hizo en esa inspiración pseudodivina, y lo fue creando, hilando cada rama con un sinfín de hilos verdes, algunos dorados, y una paciencia sin límite.
Ahora está en el punto final, en el retoque que le dará una personalidad propia a lo que dos días antes era un simple vástago inoperante, un ramo de luz difusa que intentaba rivalizar con los astros celestiales, y que sólo conseguía perderse en la vastedad del firmamento.
Ahora el trabajo de este hombre le ha dado vida, se ha convertido en el árbol del bien y del mal, aquel mismo que fue el culpable de la expulsión de Adán y Eva del Paraíso, y que ahora busca redimirse albergando la estrella que anuncia la llegada del Salvador de la humanidad.
Allá en lo alto, el hombre se afana sin saber que lo hace por una redención. Sólo pone su mejor esfuerzo, para hacer bien su trabajo y para regresar a tierra -su mundo- sano y salvo.
Para él también hay redención en su obra. Nadie más se atreve a desafiar esa altura, ni a enfrentarse al riesgo que hay detrás de ese arnés que lo sujeta por la cintura.
Cada quien se gana el pan como puede o como se atreve, piensa el hombre mientras sujeta la estrella a su universo ficticio, seguro de que el oficio le dará para llevar el pan a casa, y que en la nochebuena su mesa tenga el alimento y amor que sus hijos piden,
Sujeta la estrella y asegura el arnés.
Le gusta jugar a ser dios, pero sabe definitivamente que en el juego no entra la inmortalidad.
Enero 16 de 2010
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