Pepote
Por Francisco Zúñiga Esquivel
La Muerte nunca pierde.
Pedro Nicolás lo sabe ahora. Luchó con toda su juventud contra ella, pero al final, no pudo ganarle. Tuvo que pagarle el tributo que todos le debemos.
No luchó sólo. Sus amigos, y los amigos de sus amigos, en Los Pinos, Apodaca, lo acompañaron y movieron cielo, mar y tierra.
Se organizaron para reunir algo de despensas para la familia, pues el papá de Pepote, como lo llamaban por su gran estatura, dejó de trabajar para atender a su hijo. Reunieron despensas, algo de dinero, convocaron a donadores de sangre, lograron poner su mensaje en los medios de comunicación y hasta las instancias de gobierno dieron respuesta.
Cuando no había mucho por hacer, los adolescentes hacían guardia en el hospital donde yacía Pepote. Y aunque él no los veía, sabía que ahí estaban, solidarios, con él.
En su partida, recibió el adiós de todos ellos.
Los muchachos cimbraron los sentimientos de la comunidad, que se volcó a ayudarlos. Dice Mónica que cuando tantas personas se unen para ayudar en un bien común, logran reconfortar de alguna manera la pena que produce una pérdida tan inexplicable e irreparable.
Pepote ya se fue. Pero no perdió. Nos enseñó con su sacrificio, que aún queda un sentimiento de solidaridad sincera entre los adultos.
Y que los jóvenes tienen la fuerza para mover el mundo, y lo saben hacer para bien.
Enero 9 de 2009
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